|
Es
hora de enviar a la Brigada Wolfowitz |
PAUL KENNEDY EL PAIS | Opinión
- 16-04-2004
Las noticias que llegaban de Irak a principios
de mes difícilmente podían ser más
sombrías: los cadáveres quemados
y mutilados de los empleados de una empresa de
seguridad colgados de un puente sobre el río
Éufrates, una visión tan estremecedora
que las muertes casi simultáneas de cinco
soldados estadounidenses se vieron relegadas a
un espacio mucho menor, casi como una nota a pie
de página. El fin de semana siguiente,
miles de seguidores de Múqtada al Sáder,
un clérigo chií, atacaron las comisarías
y los edificios públicos de varias ciudades.
Al menos ocho soldados estadounidenses y 40 iraquíes
murieron; hubo centenares de heridos. El lunes
día 5, la coalición liderada por
Estados Unidos anunció planes para detener
a Al Sáder, acusado del asesinato de un
clérigo rival. En Faluya, donde portavoces
militares estadounidenses prometieron que las
atrocidades no quedarían impunes y que
las represalias serían abrumadoras, los
marines empezaron la Operación Resolución
Vigilante. Cortaron todas las carreteras, vallándolas
con alambrada en concertina. Quizá el área
de Faluya pronto reproduzca esas escenas que contemplamos
en la franja de Gaza, cuando el Ejército
israelí responde al ataque palestino más
reciente.
Pero, independientemente de lo que ocurra en Faluya,
¿por qué no dar al fuertemente presionado
Ejército y a los infantes de Marina estadounidenses
que se encuentran en Irak un refuerzo masivo?
Ciertamente lo merecen, en vista de la excesiva
carga a la que está sometido su personal.
El sábado 3 de abril, el corresponsal de
The Guardian en Washington envió
una preocupante y espeluznante crónica
en la que indicaba que el Pentágono, sometido
a enormes presiones para encontrar tropas para
la campaña de Irak, está obligando
a volver al campo de batalla a soldados que no
se encuentran en las condiciones adecuadas. No
se trata sólo de soldados que sufren tensión
psicológica; algunos de ellos se están
recuperando aún de lesiones cerebrales,
cirugía de garganta y trastornos de espalda,
con la consecuencia de que tienen que volver a
la enfermería poco después de llegar
a Bagdad. Si es así, es una noticia repugnante.
Da a entender que los políticos han minusvalorado
terriblemente los costes de esta guerra y resalta
la necesidad de un refuerzo inmediato. ¿Por
qué no combinar esos dos factores en uno?
Al fin y al cabo, hay una gran fuerza de reserva
disponible para ser desplegada en Irak y ansiosa
por hacer que la operación estadounidense
sea un éxito total. ¿Dónde
está esa reserva no explotada?, se preguntarán
ustedes. Naturalmente, reside en esas falanges
de neoconservadores estadounidenses, gurús
de derechas, periodistas radicales y expertos
de fundaciones especializadas que hace 20 meses
aseguraron al aturdido pueblo estadounidense y
a sus políticos que la conquista de Irak
no sería difícil, y que nuestras
tropas estar’an de vuelta en sus bases después
de que se descubrieran las armas de destrucción
masiva; que el pueblo iraquí daría
la bienvenida a los liberadores estadounidenses
en cuanto hubieran quitado de en medio al desagradable
Sadam; que exiliados como Ahmad Chalabi serían
recibidos con los brazos abiertos y asumir’an
rápidamente posiciones de poder, y que
las dudas expresadas por el secretario general
y por algunos miembros del Consejo de Seguridad
de Naciones Unidas podían descartarse sin
que eso supusiera desventaja alguna para Estados
Unidos. Algunos neoconservadores llegaron incluso
a afirmar que, una vez tomada Bagdad, las tropas
estadounidenses podrían virar a la izquierda
para marchar sobre Damasco, o a la derecha, para
marchar sobre Teherán.
A este gran refuerzo lo he llamado la Brigada
Wolfowitz, en honor al subsecretario de Defensa,
Paul Wolfowitz, que en general se considera la
fuerza motriz intelectual que impulsa la iniciativa
neoconservadora para aplastar a los países
rebeldes y demostrar el poderío estadounidense.
También es autor de la idea de que Estados
Unidos debe mantener para siempre su primacía
mundial, y por todos los medios necesarios. Y,
sin embargo, si uno lee el perturbador libro de
James Mann Rise of the vulcans; the history of
Bush's war cabinet (El ascenso de los 'Vulcanos':
historia del gabinete de guerra de Bush), Wolfowitz
está claramente bien acompañado
por huestes como Dick Cheney, Donald Rumsfeld,
Richard Perle, Douglas Feith y, a un nivel menor,
toda esa enorme cantidad de partidarios de la
política de fuerza que llenaron las ondas
y las páginas de opinión en los
meses previos a la guerra. También podrían
reclutar y enviar a Irak a partidarios del "imperio
estadounidense", como Max Boot y Niall Ferguson,
ambos muy doctos en la experiencia imperial británica
en Oriente Próximo y que animaron a Estados
Unidos a seguir ese ejemplo. Mi propuesta es que
deberíamos reclutarlos a todos, ponerles
de uniforme y enviarlos al frente de Faluya y
a otros. Vistos colectivamente, podríamos
considerarlos un nuevo tipo de arma de destrucción
masiva. Realmente aterrorizan a la gente. ¿Podría
alguno eludir la movilización por causa
mayor? No creo que la discapacidad o la edad avanzada
debieran tenerse en cuenta; el Ejército
alemán usó a muchos oficiales mancos
o ya retirados para misiones de espionaje en la
II Guerra Mundial. Sin embargo, el que alguno
de ellos tuviera un hijo o una hija prestando
servicio en Irak sería una excusa sólida,
basándose en el principio establecido por
el antiguo Ejército imperial ruso de que
no se debía permitir que demasiados miembros
de una misma familia se vieran expuestos a la
lucha. ¿Pero cuántos de estos partidarios
de envíos masivos de fuerzas estadounidenses
al extranjero tienen realmente familiares cercanos
en las trincheras?
Naturalmente, estoy siendo irónico. Ninguno
de ellos -ninguno- va a abandonar su cargo civil,
sus grupos de estudios especializados, sus columnas
fijas y sus lucrativas asesorías para unirse
a la soldadesca en el terreno que rodea Bagdad.
Ellos querían esta guerra. Ahora la tienen,
y está resultando más sangrienta
y cara de lo que nunca imaginaron. Pero, ¿ha
dicho alguno de ellos públicamente que
estaban realmente equivocados y lo sienten? ¿Ha
dicho alguno que verdaderamente necesitamos a
Naciones Unidas para que esto salga adelante?
¿Ha reconocido alguno de ellos el error,
como hizo Winston Churchill después de
su propuesta y fracasada operación de Gallipoli
en 1915-1916, y solicitado volver a combatir en
el Ejército? No lo creo. Estos tipos no
son capaces de admitir errores. De ahí
las ondas sísmicas que se produjeron en
Washington cuando Richard Clarke, ex director
del servicio antiterrorista, se disculpó
personalmente ante las familias de las víctimas
de los atentados del 11-S. La afirmación
hecha por Clarke de que en un principio el Gobierno
de Bush había subestimado al terrorismo
no sólo provocó ira; también
despertó incredulidad por el hecho de que
fuera necesario disculparse alguna vez por algo.
A esta fuerza se le podría denominar también
la Brigada del Orgullo Desmesurado, en completo
rechazo.
Mientras tanto, estamos atascados en Faluya, en
Tikrit, en Bagdad y en otros lugares, sin demasiadas
pistas sobre qué hacer. La situación
es tan confusa que hasta la mayoría de
los que se oponen se mantienen en silencio; no
podemos volver (es decir, huir sin más),
pero no vemos una salida clara. Todas las críticas
izquierdistas a lo que Jerry Bremen, administrador
principal estadounidense, está intentando
hacer me parecen mal enfocadas; tiene que potenciar
la ley, el orden y la estabilidad. Pero el Gobierno
al que representa, incitado por los "Vulcanos",
subestimó completamente la tarea. Cuando
los británicos entraron en Egipto para
cambiar el régimen de dicho país
en 1882, la oposición advirtió contra
el "cautiverio de Gladstone en Egipto". ¿Cómo
conseguiremos nosotros escapar del cautiverio
de Bush en Bagdad? Incluso aunque Kerry lo sustituya,
¿cuál es el plan? De alguna manera,
tendremos que encontrar esa solución, probablemente
siendo menos unilateralistas que antes, probablemente
llegando a un compromiso sobre nuestra proclamada
insistencia en proporcionar a Irak una democracia
plena e inmediata. Pero será un tema difícil,
gobierne quien gobierne. Aun así, el dolor,
las adversidades y el coste podrían parecer
más soportables, y más tolerables,
si observásemos al menos ciertos signos
de arrepentimiento público por parte de
los muchos ardientes guerreros de sillón
de la Brigada Wolfowitz que, ahora mismo, parecen
extrañamente callados.
|
|
Foto: El País
|
Paul Wolfowitz |
|
|
|
|
|