Todo indica que fue Karl Rove quien filtró a la prensa el nombre de la mujer de la CIA
JOSÉ MANUEL CALVO - Washington
EL PAÍS - Internacional - 13-07-2005
La periodista de The New York Times Judith Miller está desde hace una semana en la cárcel por negarse a revelar el origen de la filtración que dejó al descubierto a una agente secreta. Todo indica que el asesor presidencial Karl Rove, como se había rumoreado desde el principio, es una de las claves del caso. Su abogado insiste en que nadie investiga a Rove y da una explicación que la Casa Blanca cada vez tiene más dificultades en sostener. El escándalo ha crecido y los demócratas ya exigen la dimisión del cerebro político del presidente George W. Bush.
La última vuelta de tuerca llegó de la mano de la revista Newsweek, que dio cuenta del texto de un correo electrónico de Matt Cooper, el periodista de Times que se salvó de la cárcel al prometer su colaboración con el fiscal que investiga la filtración que hace dos años, dejó al descubierto a la agente de la CIA Valerie Plame como represalia política contra su marido, el ex diplomático Joseph Wilson, crítico con Irak. En el correo, ahora en manos del fiscal, Cooper escribió a su jefe: "Rove dijo que 'fue la mujer de Wilson, que aparentemente trabaja en la agencia, en temas de armas de destrucción masiva, la que autorizó el viaje".
Ese viaje es el que hizo Wilson en febrero de 2002 a Níger en busca de pruebas de la compra de uranio por parte de Irak. No las encontró y luego escribió, en julio de 2003, que el Gobierno no le había hecho caso. Poco después, el periodista Robert Novak reveló que dos altos cargos le habían dicho que la misión de Wilson se la consiguió su mujer. Otros periodistas tuvieron filtraciones similares.
Desde hace dos años, la Casa Blanca negaba que Rove tuviera nada que ver con la filtración. Pero Robert Luskin, abogado de Rove, acaba de admitir que el asesor sí habló con Cooper, aunque sin revelar el nombre de Plame ni su puesto en la CIA, y con otro objetivo que no tenía nada que ver con desenmascarar a la agente.
Presión sobre Washington
El lunes, el portavoz de la Casa Blanca, Scott McClellan lo pasó mal cuando le preguntaron si seguía sosteniendo lo que dijo en octubre de 2003 ["es ridícula cualquier sugerencia de implicación de Rove; he hablado con varias personas en la Casa Blanca y todas me dijeron que no tenían nada que ver con la filtración de información clasificada"]; el portavoz dijo que no podía hacer comentarios sobre la investigación.
McClellan resistió como pudo -mal- las preguntas, y ayer le ocurrió lo mismo. "No es el momento apropiado para hablar de estas cosas", dijo el portavoz una y otra vez ante el feroz cerco periodístico.
Bush, preguntado por el asunto en una comparecencia con el primer ministro de Singapur, hizo como que no había oído.
El presidente prometió en 2003 que se tomarían medidas, y reiteró hace un año que si se identificaba a los responsables, habría despidos. Eso es exactamente lo que están pidiendo los demócratas. Lo hizo el líder del Senado, Harry Reid: "La Casa Blanca prometió que si alguien estaba implicado en el caso, no seguiría en el Gobierno; confío en que cumplan su palabra". Y lo reiteraron ayer Hillary Clinton y John Kerry; el ex candidato demócrata señaló: "Está en juego la credibilidad de la Casa Blanca. Rove debería ser despedido".
El problema de Rove es más político que legal. Según su abogado, lo que el correo electrónico demuestra es que el asesor "estaba intentando que Time no hiciera caso a las falsas acusaciones sobre Cheney, no sugiriendo que se escribiera sobre Wilson o su mujer".
Las acusaciones eran que el vicepresidente había enviado a Níger a Wilson; Rove mencionó a la mujer de Wilson para explicar de dónde había partido la iniciativa. La explicación puede ser cierta, y también es cierto que Rove no mencionó por su nombre a Valerie Plame ni apuntó que fuera una agente secreta (la ley castiga al que "conscientemente" revele ese tipo de cobertura). Pero la carga política es explosiva, por la crisis de credibilidad que plantea, por el contexto de manipulaciones sobre Irak que deja al descubierto y porque los demócratas no van a dejar escapar esta oportunidad para hacer blanco; y el que está en la diana es el arquitecto político de las victorias electorales del presidente.
Tormenta política en Washington al saberse que un alto asesor de Bush delató a una espía
Dos senadores demócratas piden la dimisión de Karl Rove, mientras la Casa Blanca calla
El principal consejero del presidente Bush, Karl Rove, está en apuros después de trascender que fue él quien reveló la identidad de una agente de la CIA. Aunque no hubiera cometido ningún delito, su implicación en el asunto pueden ser un lastre político insostenible.
Rove dijo a un periodista que la esposa del ex embajador Joseph Wilson trabajaba en la CIA, en el ámbito de armas de destrucción masiva
Durante dos años, la Casa Blanca negó que el poderoso estratega del ascenso del actual presidente estuviera implicado en el asunto
EUSEBIO VAL - 13/07/2005
Corresponsal WASHINGTON
Karl Rove, el cerebro detrás del ascenso político de George W. Bush y principal estratega del presidente de Estados Unidos, pasa por momentos muy delicados. Dos insignes senadores demócratas, John Kerry y Hillary Clinton, pidieron ayer la destitución de Rove tras saberse finalmente que fue él quien, hace dos años, desveló a un periodista la identidad de una agente encubierta de la CIA.
La Casa Blanca se ha mantenido muy a la defensiva para proteger a Rove, mientras el interesado guarda silencio. Pero esta actitud resulta sospechosa y ha disparado aún más la presión política y mediática, sobre todo porque se trata de una materia muy grave, tanto que una reportera de The New York Times, Judith Miller, fue enviada a la cárcel la semana pasada por no suministrar sus fuentes al juez que investiga el enrevesado escándalo que afecta a Karl Rove.
Aparte del eventual delito que pueda atribuirse a Rove -aunque no está claro que lo cometiese-, el rifirrafe se centra en la postura de la Casa Blanca, de Rove y del propio Bush. Durante dos años se negó que el poderoso asesor -quien formalmente ocupa el cargo de vicejefe de Gabinete- tuviera nada que ver con el affaire. Ahora resulta que sí . El presidente afirmó en su momento que echaría a quien hubiese realizado la filtración. Ayer, sin embargo, Bush se negó incluso a contestar una pregunta sobre Rove al término de una breve comparecencia ante los medios de comunicación.
El portavoz de la Casa Blanca, Scott McClellan, fue acribillado a incómodas preguntas el lunes y ayer, con la prensa achacándole sus contradictorias versiones, hace dos años y hoy. McClellan se aferró como clavo ardiendo al argumento de que se trata de un tema bajo investigación judicial y que no es apropiado comentar. Resulta obvio que Bush y su equipo son conscientes de la peligrosa coyuntura y evitan dar un paso en falso.
Rove es ahora el objetivo tras haber trascendido que fue él quien, en una conversación con el periodista de la revista Time Matthew Cooper, dijo que la esposa del ex embajador Joseph Wilson, Valery Plame, trabajaba en la CIA en el ámbito de las armas de destrucción masiva. Wilson desató el actual caso en un artículo en el que denunció la manipulación de la Administración Bush antes de la guerra de Iraq. Él había sido enviado a Níger para descubrir si Saddam había comprado uranio y descubrió que no. Pero se hizo caso omiso de su informe. Poco después se publicó que su esposa era agente de la CIA, lo que se interpretó como un intento por dañar a la pareja.
Por lo que se sabe, Rove podría alegar que no desveló el nombre de la agente sino sólo su condición de esposa de Wilson, que no sabía que era agente encubierta y que lo hizo casi inadvertidamente, de pasada, en una conversación para hacer ver a Cooper que Wilson no tenía razón al decir que le enviaron a Níger por orden de la Casa Blanca y del vicepresidente Cheney, sino que intervino su esposa. Si el juez le cree, eso no sería delito. Pero, más allá de los tecnicismos exculpadores, los silencios y contradicciones de la Casa Blanca pueden ser un lastre político difícil de soportar. Desprenderse de Rove en estas circunstancias sería una humillación política para Bush, aunque el asesor le brindó ya el servicio más importante, auparle a un segundo mandato presidencial.
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