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         148 ESCÁNDALO EN LA CASA BLANCA


Joe Wilson: "El fiscal ha pillado el núcleo de la conspiración contra mí y mi esposa en la Casa Blanca"

ERNESTO EKAIZER - 14-10-2005 - EL PAÍS


La Administración de Bush lanzó en junio de 2003 una operación contra el embajador Joe Wilson. Su pecado, haber denunciado el montaje de la compra de uranio enriquecido de Irak a Níger. Revelaron el nombre de su mujer, una agente clandestina de la CIA. Un fiscal especial estudia si procesa o no a altos cargos de la Casa Blanca


Joe Wilson y su esposa, Valerie Plame, en un restaurante de Washington en noviembre de 2004. (Carol Joynt / Getty Images)

WASHINGTON. - El embajador Joseph, Joe, Wilson tiene 56 años y a la hora de elegir el lugar de la entrevista, entre el hotel Watergate y el Four Seasons, ha optado por este último, a orillas del río Potomac, quizá porque símbolos como el escenario del escándalo del Watergate sobran en el drama que viven él y su esposa, la agente clandestina de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), Valerie Plame, cuyo nombre fue filtrado a la prensa el 14 de julio de 2003 por altos cargos de la Administración Bush a la prensa. Wilson, luce polo celeste, vaqueros y sandalias, y se fuma un puro en la terraza del hotel. Confía en que Patrick Fitzgerald, el fiscal especial que investiga los posibles delitos de la campaña contra él y su esposa, procese en pocos días a Karl Rove, el principal asesor del presidente George W. Bush y Lewis Scooter Libby, jefe de gabinete del vicepresidente Dick Cheney. "Fitz los ha pillado. Ha cogido a los conspiradores, ha llegado al núcleo de la conspiración en la Casa Blanca", aventura Wilson. Siguen los tramos esenciales de una larga entrevista que concedió a EL PAÍS:

Pregunta. El 29 de septiembre, hace dos semanas, el fiscal especial Patrick Fitzgerald llegó a un acuerdo con la periodista de The New York Times Judith Miller para que salga de prisión y preste declaración al día siguiente, viernes 30, ante el gran jurado. Ese mismo día 29, Fitzgerald habló con usted, ¿qué se está cociendo?

Respuesta. El jueves 29 de septiembre, Patrick Fitzgerald me llamó por teléfono, sí. He visto una sola vez a Fitzgerald, a primeros de 2004, poco después de su designación. Me reuní entonces con él y con John Eckenrode, agente especial a cargo del FBI de Filadelfia, responsable de la unidad de investigación que lleva el caso de las filtraciones del nombre de mi esposa, Valerie Plame.

P. ¿Qué sensación le dejó la voz de Fitzgerald el otro día? ¿Sonaba a procesamientos?

R. (Risas). Hablamos durante diez minutos. El fiscal quería una serie de datos. Mi sensación fue la misma que cuando le vi por primera vez. Es una persona muy seria y reflexiva, está dispuesto a llegar hasta el final en este caso. En aquél primer contacto personal me dijo: primero, no soy una persona parcial o partidista; segundo, odio las filtraciones a la prensa. Veintidós meses después, el hombre me merece todavía más respeto. Es lo bastante listo como para no enviar a Judith Miller a la cárcel durante 85 días a menos que tuviera muy amarrado el caso, lo suficiente incluso como para minimizar las críticas que le pueden llover en la muy improbable hipótesis de que cierre el caso sin procesamientos.

P. Usted se preguntó en agosto de 2003 si "no sería divertido ver a Karl Rove sacado a empujones de la Casa Blanca con sus manos esposadas". ¿Será realidad?

R. La conversación con el fiscal fue muy precisa. Quería confirmar algunos datos. Sigo pensando, como cuando le conocí, que si hay alguien dispuesto a llegar hasta final esa persona es Patrick Fitzgerald. Y si no puede hacerlo será porque no ha podido reunir los elementos para ello. Si quiere que le diga lo que siento, seré directo: Fitz, como se le llama, los ha pillado. Ha cogido a los conspiradores. Logró llegar al núcleo de la conspiración en la Casa Blanca.

P. Vayamos, pues, al principio. Estamos en febrero de 2002. ¿Por qué le llaman a usted a la CIA y le envían a Níger? ¿Su mujer tiene algo que ver con esa iniciativa?

R. Tras los atentados del 11-S, en los informes que recibe de la CIA a diario el vicepresidente Dick Cheney se advierte de que el embajador de Irak ante el Vaticano, Wissam al Zahawie, ha realizado un viaje a tres países africanos, uno de ellos Níger, en febrero de 1999. Según la CIA, el Servicio de Inteligencia Militar Italiano (SISMI) sugiere que el verdadero objetivo de ese viaje es la compra de uranio enriquecido. Se trata de una afirmación. No está verificada. Para la CIA no es un dato nuevo. En el año 2000, el servicio de inteligencia británico también informó, sin pruebas, el interés de Irak por el uranio de Níger. El tema interesa especialmente a Cheney. El uranio se puede usar como combustible en los reactores nucleares y también, si se procesa de manera diferente, es la materia prima para fabricar armas atómicas. Pasan varios meses. En febrero de 2002, Cheney y su jefe de gabinete, Lewis Scooter Libby, realizan varias visitas a la sede de la CIA. Piden que se investigue si hay más datos sobre Níger.

P. Y ahí entra usted...

R. No todavía. Cheney no dice, por supuesto, "envíen a Wilson a Níger". Es más sencillo: "¿Por qué no miran en profundidad este tema?", sugiere. La CIA se pone manos a la obra. Su dirección de operaciones resuelve dos cosas: hacer una reunión con todas las personas que sabían sobre uranio, incluyéndome a mí y a otros miembros del Departamento de Estado. ¿Por qué yo? Porque conocía Níger muy bien, porque ya había viajado allí, a iniciativa de la CIA, hacía un par de años para investigar otros asuntos relacionados con el uranio. Conocía al primer ministro, Ibrahim Mayaki, y al ex ministro de Energía y Minas Mai Manga. En esa reunión, en la que desde luego no participa mi esposa, Valerie, se decide cubrir todos los flancos. La CIA me pide que viaje a Níger, el Departamento de Defensa resuelve enviar al general de la Marina Carleton Fulford y el Departamento de Estado solicita un informe a Barbro Owens-Kirkpatrick, nuestra embajadora en Niamey, capital de Níger. Viajo el 26 de febrero de 2002. Mi misión es verificar si ha existido un memorándum de entendimiento para vender uranio a Irak.

P. ¿Y qué averigua?

R. Lo primero es que cualquier contrato de venta requiere tres firmas: la del primer ministro, el ministro de Energía y Minas y la del ministro de Asuntos Exteriores. Hablo con los tres. Me aseguran que no existe tal documento, que la operación es un invento y que si hay un papel con esas firmas se trataría de una falsificación. Logro saber, además, que no había uranio disponible para vender y que el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) tenía bajo control todas las operaciones.

P. ¿Regresa usted y redacta su informe negativo?

R. Llego a Washington el 5 de marzo. Y ese mismo día me visita en mi casa un agente de la CIA para conocer el resultado. Le informó de las gestiones. Ese informe oral, me dice el agente, lo pondrá por escrito en el formato técnico de la agencia y lo elevará a sus superiores. Pero, atención, me aseguran al tiempo que tanto el general Fulford como la embajadora Owen-Kirkpatrick ya han elevado sus respectivos informes. Son también negativos. La Operación Uranio es una invención...

P. ¿Y se olvida del tema?

R. Sigo la política de la Administración Bush, participo en coloquios y escribo artículos sobre Irak. Pero mi misión en Níger permanece en secreto... Hasta el 28 de enero de 2003.

P. Pero, mientras, en el mes de agosto de 2002, Cheney empieza a hablar de modo obsesivo de la amenaza nuclear iraquí. ¿Qué pensaba al escucharle?

R. Cheney no menciona a África ni a Níger...

P. El 19 de diciembre de 2002, el portavoz del Departamento de Estado hizo público que la declaración de Irak de días antes sobre armas de destrucción masiva "ignoraba los esfuerzos de conseguir uranio enriquecido en Níger para fabricar armas nucleares". ¿No era el momento para decir lo que usted sabía?

R. No supe de esa declaración hasta bastante más tarde. La primera referencia pública fue, para mí, el informe del Gobierno británico publicado en septiembre de 2002...

P. Y llegamos al 28 de enero de 2003. Bush afirma en su discurso del estado de la Unión que, según el Reino Unido, Irak ha buscado uranio enriquecido en África...

R. Aquí ya no puedo aguantar más... Son las 16 palabras famosas. Aunque Bush citaba al Gobierno británico, mi curiosidad pudo más. Llamé al Departamento de Estado y hablé con un colega. Le dije que, si el presidente se refería a Níger, eso quería decir que mi informe y los otros dos que fueron elevados en marzo de 2002 estaban equivocados. ¿O se trataba de un error del presidente? En ese caso era necesario corregirlo. Me dijo que quizá se tratase de otro país de África. Le creí. Y decidí guardar silencio.

P. La guerra se acerca. ¿Recuerda a Mohamed el Baradei, director del OIEA, que acaba de obtener el Nobel de la Paz?

R. Sí, claro. Me he alegrado mucho por el premio... Espero que ayude a recordar mi caso...

P. ¿Qué sintió cuando El Baradei denunció ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, el 7 de marzo de 2003, 12 días antes de la invasión de Irak, que los documentos sobre la presunta compra de uranio enriquecido de Irak a Níger eran falsos?

R. Le escuché por televisión decir que el país de África en cuestión era Níger, y que los documentos eran una invención. Y me dije: ¡Con que al fin de cuentas estamos hablando todo el tiempo de Níger! Era la presunta operación que yo había ido a investigar. Fue evidente para mí que los documentos a los que se refería El Baradei eran los mismos que habían servido de base al informe de la CIA que llevó al vicepresidente Cheney a solicitar más datos.

P. ¿Por qué no salió usted inmediatamente después de escuchar a El Baradei a contar lo que había pasado? Porque, ¿su testimonio no tenía un gran valor antes de que comenzar la guerra?

R. Por aquellos días estaba muy claro que íbamos a la guerra... Una salida mía en esos términos no hubiera evitado la guerra. Para tener un efecto real, para influir, hubiera debido ser meses antes... Quizá en enero, después del discurso del presidente Bush sobre el estado de la Unión... Pero la prensa había decidido no hacer caso. Con esta gente en la Casa Blanca era difícil tener impacto. Mire, las armas de destrucción masiva eran un aspecto periférico.

P. ¿Qué hizo después?

R. Un portavoz del Departamento de Estado dijo respecto a los documentos falsos: "Nos lo tragamos". Era mentira. No "nos tragamos" esos documentos fabricados. Se estudiaron y se llegó a la conclusión de que eran falsos. Tras esa declaración del portavoz, me hicieron una entrevista por televisión. Cuando me preguntaron cómo se podía explicar que el Gobierno se hubiese "tragado" tal montaje, expliqué que si la Administración Bush revisaba sus archivos podía encontrarse con la sorpresa de que sabía más sobre el asunto de lo que se afirmaba. Una de dos: o el portavoz era un farsante o estaba mal informado. En esta escena de televisión está el comienzo de la campaña contra mí y mi esposa... Me dicen que en la oficina del vicepresidente Cheney hubo una reunión en aquellos días de marzo que me dedicaron monográficamente a mí.

P. Con todo, siguió usted dándoles tiempo ¿Qué hizo en los meses que sigueron a la invasión de de Irak?

R. Entre los meses de marzo y junio de 2003, traté de conseguir una explicación del presidente. Hablé con gente en la Casa Blanca y en el Departamento de Estado. Y hablé de manera confidencial con periodistas. Aunque mi nombre no salió en letra impresa, sí se habló de una misión de un diplomático en África. En el mes de junio de 2003, pues, comencé a trabajar en un artículo. Otros periodistas publicaron historias sin citarme por mi nombre. Mientras, en la Casa Blanca, durante el mes de junio, la ansiedad de gente como Karl Rove, el cerebro de Bush, y Lewis Libby, la mano derecha de Cheney, comenzó a crecer. Mi nombre circulaba ya como el embajador que había viajado a Níger. Tarde o temprano mi nombre saldría. Irían a por mí. La historia que se contaba iba cambiando de boca en boca. Tenía que escribirla con mi propia firma. The New York Times publicó mi artículo de 1.500 palabras. No podía sospechar que el 6 de julio de 2003 activaría una bomba de relojería. Ahora ya es evidente.

P. La Administración Bush rectificó una semana más tarde, lo que era un hecho inaudito, ¿no?

R. En efecto. Un portavoz de la Casa Blanca llamó a varios medios de comunicación y dijo que aquellas 16 palabras referidas al uranio enriquecido no debieron haber sido incluidas nunca en el discurso de Bush. El director de la CIA, George Tenet, se tragó el marrón. Pensé: ya está. Es todo lo que tenían que hacer. Esta historia hubiera quedado enterrada en cuatro días y la Casa Blanca se habría quitado el asunto de encima. Pero no, decidieron que yo merecía un castigo para advertir a todo aquel que tuviera la tentación de cantar de que esto iba en serio, de que eran capaces de arruinarte la vida. Y llegaron a la conclusión de que para castigarme a mí, para desacreditarme, lo mejor que podían hacer era ir a por mi esposa...

P. El 14 de julio de 2003, ocho días después de publicada su columna, un periodista publicó el nombre de su mujer, Valerie Plame, y señaló que era una agente de la CIA y que, además, le había recomendado a usted para el viaje a Níger. ¿Vendetta? ¿Conspiración? ¿Aviso a navegantes?

R. Mientras yo esperaba un ataque personal, ellos decidieron en la Casa Blanca ir a por mí, sí, pero... a través de mi esposa. Hablaron con varios periodistas. Hasta que, finalmente, uno de ellos, Robert Novak, delató en una columna a mi esposa. Los que instigaron esto han podido cometer un delito federal al revelar el nombre de un agente clandestino de la CIA. La Casa Blanca cambió, pues, el campo de batalla. El asunto pasó del terreno político al terreno legal. El poder absoluto de Bush y Cheney sirve en el campo político, pero no es lo mismo el terreno legal. Ejemplos: un fiscal especial investiga desde hace 22 meses los posibles delitos de esta conspiración.

P. El fiscal y los jueces han apostado fuerte al declarar a los periodistas en desacato por no querer hablar sobre sus fuentes. ¿Cómo califica la actuación de la prensa en este caso?

R. Los periodistas y las empresas apelaron contra la orden del juez que les obligaba a prestar declaración ante el gran jurado bajo amenaza de desacato y prisión. La corte de apelaciones y el Tribunal Supremo lo desestimaron. Tengo respeto por todos los periodistas. Creo también que los periodistas son ciudadanos como todos. Diré algo más: cuando una fuente te usa para sus objetivos criminales ya no tienes ningún compromiso de confidencialidad con ella.


Escuchando a Bush en el Rose Garden de la Casa Blanca. De izquierda a derecha: Karl Rove, Dan Bartlett, Scooter Libby, Harriet Miers y Dick Cheney. (AP/Charles Dharapak)

P. Su esposa, Valerie Plame, sigue en la CIA, ¿no es así? ¿Cómo está ella?

R. Es joven, es hermosa y es la madre de mi segunda serie de gemelos, que ahora tienen seis años. Ha sido, a sus 42 años, el final de su carrera. No puede viajar fuera de Estados Unidos, ha perdido todas sus fuentes y contactos. Casi 20 años tirados por la borda. Aún está en la CIA, sí. Porque para acceder al sistema de pensiones te exigen 20 años de servicio, que se cumplen en enero próximo. Valerie decidirá entonces sobre su futuro. Siento mucho lo que su Gobierno le hizo. Si en mis manos estuviera devolverle su anonimato lo haría, créame, en el acto.


 



 

 


 

 





Lewis Scooter Libby, la mano derecha del vicepresidente Dick Cheney, ha sido señalado por la periodista Judith Miller como el delator de Valerie Plame.
(AP/Joe Marquette)





Karl Rove está considerado como el 'cerebro' de George W. Bush. También él está pendiente de la decisión del juez por su actuación en el caso Plame.(Reuters/Yuri Gripas)




Es el jefe de la OIEA (Agencia Internacional para la Energía Atómica) y ha recibido el Nobel de la Paz en 2005. Mohamed El Baradei, afirmó 12 días antes de la invasión de Irak, que los informes sobre el uranio de Níger eran falsos. El embajador Joe Wilson dejó pasar la ocasión de hablar al igual que hizo otras veces durante más de medio año.
Cuando se decidió a hablar, la invasión hacía dos meses que había concluido. Eran los comienzos de la posguerra.
(REUTERS/Herwig Prammer)




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Ver el artículo de Wilson en el New York Times titulado What I Didn't Find in Africa