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         103 EE UU


Las operaciones encubiertas

WILLIAM R. POLK *
LA VANGUARDIA - 27-08-2005

Es voz unánime que la política estadounidense relativa a la estructura y funcionamiento de los servicios de inteligencia precisa reconsiderarse. Sin embargo, las maneras y métodos que suelen proponerse actualmente son, a mi juicio, inadecuados o inapropiados. Para aclarar esta cuestión es menester proceder antes a desmenuzar lo que entendemos por inteligencia. Se trata de una noción que incluye tres elementos: recopilación de información, estudio de esta misma y espionaje. EE. UU. suele trabajar óptimamente en lo concerniente al primer punto, la recogida de información. La mayoría del material recopilado procede de fuentes abiertas a la que cualquiera de nosotros puede en principio acceder si invierte el tiempo y los esfuerzos necesarios para ello. Ya resultan menos accesibles las fuentes de información confidencial u oculta que consigue interceptando comunicaciones y descifrando códigos.

Podemos intervenir cualquier llamada telefónica en cualquier lugar del mundo, descifrar casi todos los códigos secretos existentes y sobrevolar con aviones o satélites cualquier punto del planeta.

En tiempos de la Administración Einsenhower, desarrollamos recursos aptos para evaluar toda esta información. Dos organismos, Office of National Estimates (ONE) y Bureau of Intelligence and Research del Departamento de Estado (INR), suscitaron análisis o previsiones basadas en todo el abanico de información entonces disponible. En cuestiones políticas y militares, desempeñaron la misma función que desarrolla una consultoría: ofrecer los mejores consejos y recomendaciones posibles. Naturalmente, a veces se equivocaban, como en la preparación de la operación que acabó en el fiasco de Bahía Cochinos en Cuba en 1961 o en la invasión estadounidense de Iraq en el 2003.

El tercer elemento de la noción de inteligencia - los servicios secretos o espionaje- suele recibir también el apelativo de operaciones encubiertas. Es un juego muy antiguo. En mi época en la Administración todo el mundo bromeaba con lo que cabría denominar como el síndrome de James Bond... sin dejar de sentirse fascinado por él. Un astuto, increíblemente sagaz y profundamente inmoral 007 resultaba muy atractivo a ojos de hombres, como por ejemplo el presidente Kennedy, que solían sentirse atrapados en los vericuetos burocráticos de la inercia, la aprensión y el cumplimiento de la ley. Resultaba además oportuno que James Bond fuera británico, ya que la CIA, en la vida real, había aprendido el oficio de boca de sus maestros británicos... Su código se componía de dos reglas: tener éxito sin que a uno le atrapen. Por desgracia, los británicos no sobresalían en ninguna de ambas cosas, y sus alumnos estadounidenses del Office of Strategic Services (OSS), creado durante la II Guerra Mundial y antecedente de la CIA, copiaron muchos de sus defectos y errores. Era, ciertamente, un inconveniente, pero aún era peor cuando tenían éxito en su misión... En efecto, uno de los primeros logros fue el golpe tramado por Kermit Roosevelt, agente de la CIA, con la ayuda de Montgomery Woodhouse del MI6 en Irán. Al derribar el Gobierno electo de Mohamed Mossadeq, pusieron en marcha la catastrófica serie de acontecimientos que han conducido en último término a la llegada al poder del actual Gobierno iraní. Y así fue como tomando impulso en el caso de Irán seguimos adelante valiéndonos de operaciones encubiertas para instalar en el poder a cierto número de regímenes y dictadores que, de hecho, han sido funestos para nosotros al poner en peligro los mismos principios que defendíamos. Nuestros chapuceros intentos de asesinar a Castro y a Nasser, entre otros, vinieron a abortar iniciativas tendentes a solucionar los problemas de manera más constructiva.

Incluso con ocasión de acontecimientos de menor dramatismo y gravedad, tales actividades empañaron las normales relaciones que EE. UU. había promovido por canales y medios diplomáticos. Con frecuencia los embajadores de EE. UU. carecían de información sobre las actividades de la CIA en los países donde se hallaban acreditados; al estar fuera de onda no podían de hecho representar adecuadamente a su país. Gobernantes como el sha de Irán cayeron inmediatamente en la cuenta de que el responsable local de la CIA era un contacto mucho mejor. Las consecuencias a largo plazo de las operaciones encubiertas fueron perjudiciales para EE. UU. y tendieron a degradar y lesionar su imagen como miembro democrático y constructivo de la comunidad internacional.

En suma, las operaciones encubiertas parecen baratas e incluso fáciles, pero en la práctica nunca lo son. Deberíamos descartar definitivamente, y con urgencia, este trabajo sucio.

Por otra parte, EE. UU. se sustenta - y recibe su propio carácter- sobre un trípode. El primer pie es la participación del pueblo en el Gobierno del país; el segundo, la sociedad informada; el tercero, la economía. Únicamente me referiré brevemente a estos aspectos.

La participación popular en el Gobierno no sólo se halla incluida en la Constitución, sino que se practica en nuestras ciudades, poblaciones y barrios. Muy pocas sociedades son tan participativas como la estadounidense. Como ciudadanos que somos estamos habituados a obrar por nuestra cuenta, reunirnos para expresas nuestras opiniones y crear asociaciones pa-ra intentar solucionar los problemas locales. Aquí radica la mayor energía y vigor de nuestro país.

Lamentablemente, no hemos tenido tanto éxito a la hora de fomentar una sociedad informada aun cuando se nos ha advertido reiteradamente de las consecuencias de nuestro fracaso al respecto. Thomas Jefferson lo explicó muy expresivamente en 1816 cuando dijo: "Si una nación, en una era civilizada, espera ser ignorante y libre, espera algo que nunca fue ni nunca será". Los sondeos muestran claramente cuán deficiente es nuestro sistema educativo. Incluso, tristemente, los alumnos de estudios superiores desconocen dónde se encuentran los países. Si como ciudadanos votamos por quienes hoy día gobiernan prácticamente el mundo, es evidente que necesitamos saber algo más que el emplazamiento de los países; precisamos conocer al menos las nociones básicas de su historia, su política y su cultura. Pero los estudios sobre la cuestión señalan que incluso los licenciados universitarios no pueden describir con cierto conocimiento de causa la realidad de países vecinos como México y Canadá. Y el nivel sobre África y Asia, sencillamente, ya no es de recibo. Para empeorar las cosas, se ha orquestado una campaña en nuestras facultades y universidades para silenciar a quienes ocupan su tiempo en la tarea de ilustrarnos sobre otros pueblos y otras culturas. Bajo el nombre de Vigilantes del Campus, pretende implantar en EE. UU. una forma de denuncia de los puntos de vista heterodoxos - incitando a los estudiantes a informar a los profesores- en un estilo que sus impulsores entre las filas de los neoconservadores deben haber aprendido de la Rusia comunista, la Italia fascista y la Alemania nazi, pero que es profundamente no-estadounidense, destructivo, perjudicial y lesivo para nuestra buena salud y seguridad nacional.

No se trata de un problema circunscrito a los ámbitos educativos y académicos. En amplias áreas del país los periódicos prestan escasa atención a los acontecimientos internacionales o nacionales, y la televisión no va mucho más allá. Tal vez se debe a razones comerciales dado que unos 50 millones de norteamericanos no superan el nivel de lectura de la escuela primaria. Y así, a la sociedad norteamericana, atontada por retazos informativos y flashes televisivos, instantáneas de políticos y discursos radiados, no parece quedarle mucho apetito de concienzudos análisis y consideraciones de mayor calado. Lo que casi resulta peor, en el permanente flujo de noticias no queda mucho espacio para la memoria, de modo que lo que es noticia hoy se ve sustituido mañana por otras noticias o simplemente ya no es noticia, con lo que el lector medio difícilmente puede hacerse una congruente composición de lugar de cualquier cuestión. En conjunto, la situación conformada por las facultades, la prensa y el Gobierno da fe de la diferencia entre lo que en realidad sabemos y lo que deberíamos saber, factor que alarma y aterra a nuestros aliados y envalentona a nuestros enemigos.

El tercer pie del trípode que sostiene EE. UU. es la economía. Actualmente, podemos comprobar que la mencionada energía y vigor (¡el propio crisol!) se funde efectivamente ante nuestros propios ojos. De no ser por la buena disposición de los chinos para financiar nuestra deuda creciente, el dólar casi se colapsaría. Respetados, conservadores y experimentados empresarios coinciden con Peter Peterson, ex secretario de Comercio (bajo la Administración Nixon) en afirmar que "inducir a EE. UU. a que tenga un papel más importante en los asuntos internacionales permaneciendo a un tiempo con los ojos vendados acerca del coste que representa es una pura locura". Peterson añade que EE. UU. desde el año pasado ha tomado en préstamo 540.000 millones de dólares anuales - cifra que ahora se eleva a 666.000 millones- al resto de los países del mundo, a la par que señala que tanto el ex presidente de la Reserva Federal, Paul Volker, como el ex secretario del Tesoro, Robert Rubin, dudan de que podamos librarnos de una crisis y de que "el déficit exterior sea sostenible en sus actuales niveles durante más de cinco años". Se prevé que la deuda nacional total que EE. UU. había acumulado a lo largo de su historia cuando Bush fue elegido presidente se haya doblado al finalizar su mandato. En una reciente conferencia de expertos en economía se afirmó que "una solvente y respetada entidad de crédito observó que para el 2026 - salvo cambios en nuestra política fiscal- los títulos del Tesoro estadounidense - en su día valor seguro para los inversores a nivel mundial- recibirán la consideración de bonos basura". Es evidente - o debería serlo- que si EE. UU. no pone orden en su propia economía - prescindiendo de lo que hagan los demás- no podrá seguir desempeñando un papel importante en los asuntos mundiales.

 

WILLIAM R. POLK, responsable del Consejo de Planificación Política del Departamento de Estado durante la presidencia de John F. Kennedy
Traducción: José María Puig de la Bellacasa






 

 

Universidad de Nueva York en Buffalo.
(nymentor.edu)




Thomas Jefferson lo explicó muy expresivamente en 1816 cuando dijo: "Si una nación, en una era civilizada, espera ser ignorante y libre, espera algo que nunca fue ni nunca será"