JOSE LUIS RODRIGUEZ ZAPATERO
EL MUNDO - 10-07-2005
Este artículo de José Luis Rodríguez Zapatero, presidente del Gobierno español, ha sido publicado por el 'Financial Times'
La barbaridad del terrorismo ha vuelto a golpear una vez más al pueblo de Europa. En los momentos posteriores a un atentado terrorista, la necesidad más urgente es, por supuesto, ocuparse de las víctimas.En este 7 de julio, otro día aciago más, quiero expresar al pueblo y al Gobierno de Gran Bretaña nuestra solidaridad y todo nuestro apoyo. Deseamos que quienes han sufrido estos atentados sepan que pueden contar con nosotros en todo aquello en que les podamos ayudar.
En segundo lugar, debe hacerse recaer el peso de la ley sobre quienes han planificado y llevado a cabo esta atrocidad y sobre quienes hayan estado detrás de ella. En España estamos dispuestos a hacer todo cuanto esté en nuestra mano para garantizar que así sea. En fin, este nuevo episodio de violencia enloquecida exige de nosotros que vayamos más allá. Actúa como recordatorio implacable de la necesidad urgente de derrotar al terrorismo.
Dada nuestra experiencia prolongada y dolorosa de más de 30 años de hacer frente a esta plaga, en España sabemos que en la lucha contra el terrorismo es esencial atenerse al imperio de la ley, mantener la unidad entre los demócratas, hacer llegar a las Fuerzas de Seguridad el apoyo que necesiten y profundizar asimismo en la cooperación internacional
Hace pocos meses, la conmemoración de los atentados terroristas del 11-M en Madrid nos dio la oportunidad de abordar una reflexión profunda y provechosa sobre la forma de llevar adelante esta lucha.
El terrorismo sólo podrá ser derrotado mediante una respuesta colectiva de la comunidad internacional. En el logro de los objetivos de su causa criminal, los terroristas no dudan en aprovecharse de las posibilidades que les brindan el mundo de hoy y sus tecnologías para difundir su ideología mortífera y para desplazar rápidamente de un lugar a otro la información, personas y materiales que necesitan para llevar a cabo sus crímenes. El terrorismo se ha convertido en una amenaza global que exige una respuesta global.
Debemos empezar por realizar un esfuerzo para hacernos una idea clara de las condiciones que facilitan la propagación del fanatismo y del apoyo al terrorismo. No podemos hacer la vista gorda ante conflictos que se han enquistado o ante las enormes diferencias de tipo económico, político y social en muchas sociedades, que de vez en cuando se utilizan como pretextos falsos de la violencia terrorista. No es realista aspirar a la paz y a la estabilidad en un mar de injusticia universal.
El foro apropiado para consolidar el consenso político contra el terrorismo tiene que ser la ONU. La organización debe facilitar los medios, incluidos un marco legal y los instrumentos operativos, para llevar adelante la lucha contra el terrorismo, lo que permitirá que se lleve a cabo de la manera más eficaz.
En el frente legislativo, no se puede demorar por más tiempo la adopción de una convención global contra el terrorismo. A nivel operativo, debemos reforzar los mecanismos de cooperación entre las fuerzas policiales, los tribunales de Justicia y los servicios de información, a fin de impedir más atentados y de aislar y acabar definitivamente con las organizaciones terroristas, así como con aquellos que las apoyan, las financian y justifican.
La lucha contra el terrorismo es una lucha por las ideas de la gente. Debemos trabajar para difundir la convicción de que nada puede justificar el terrorismo. Ninguna idea, por legítima que pueda parecer, puede servir como coartada de ningún asesinato.Esta es la razón por la que, en cuanto que fenómeno, no es coto exclusivo de ninguna civilización, cultura o religión. Por esta misma razón es por lo que propuse ante la Asamblea General de la ONU una alianza de civilizaciones, basada en la convicción, comprensión y respeto hacia los demás. Si no actuamos para imbuir en todas las naciones la convicción de que la tolerancia es indispensable, nuestra lucha será más difícil.
Este esfuerzo global debe completarse, como es natural, con una cooperación regional y bilateral. En el caso de Europa, ha quedado claro que, a la vista de la amenaza terrorista que todos nosotros sufrimos, la UE debe ofrecer una integración mucho más profunda: interconexión de los servicios de información en tiempo real, grupos de investigación conjunta, entrega inmediata de los acusados de delitos, aplicación inmediata de las sentencias judiciales de un Estado miembro en todo el territorio de la Unión y una intervención decidida de control de los flujos financieros que alimentan el terrorismo. La UE debe convertirse sin mayor dilación en una única zona de seguridad sin permitir la más mínima rendija a la entrada de terroristas. Debemos acabar con unos sistemas policiales y judiciales estancos que los delincuentes siguen explotando para sus fines.
Todo ello es necesario porque la UE es un área de legalidad, libertad y democracia y así debe seguir siendo. La experiencia, lamentablemente larga, de España en la lucha contra el terrorismo nos ha enseñado que esta batalla hay que librarla con el respeto más absoluto a la ley, sin traicionar la esencia de la democracia y manteniendo nuestros derechos y libertades fundamentales. Por decirlo con toda sencillez, no podemos conceder a los terroristas la victoria que conseguirían si abdicáramos de nuestros principios.
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Un mar de injusticia universal
JUAN MANUEL DE PRADA - ABC - 11-07-2005
Ya sabíamos que Zapatero es, como aquel ángel que San Agustín se tropezó en la playa, propenso a formular conceptos oceánicos que la estricta razón no puede alcanzar. Postular una «alianza de civilizaciones» o predicar unas «ansias infinitas de paz» pertenece, como el propósito de encerrar el agua del infinito océano en un hoyo excavado en la arena, al ámbito de las realizaciones imposibles. Confesaré que, en un principio, achaqué esta propensión de Zapatero a un impulso utópico, pero bienintencionado (aunque ya se sabe con qué adoquines se empiedra el camino que conduce al infierno); en la insistencia con que formula y sostiene estos conceptos oceánicos, aun en las coyunturas más impertinentes o extemporáneas, empiezo a vislumbrar cierto cinismo. En un artículo anterior expresaba mi desconfianza en la capacidad de Europa para defender con determinación unos valores o principios en los que ha dejado inconscientemente de creer; quizá las proclamas de Zapatero, tan rimbombantes en la forma como hueras en el fondo, sean uno de los síntomas más notorios de esa perlesía moral que se extiende por Europa. Que dichas proclamas las emita, además, sin descolgar de los labios esa impertérrita «sonrisa de metal» a la que se refería la semana pasada Ignacio Camacho, incorpora ribetes inquietantes a lo que, de otro modo, calificaríamos de pamplinas.
Acaba de escribir Zapatero que la matanza de Londres debe enmarcarse en «un mar de injusticia universal», aserto que a simple vista enuncia una perogrullada, pues no hay calamidad, desgracia o mero contratiempo que no admita idéntico marco. Pero este concepto tan oceánico y tontorrón de «injusticia universal» es, en realidad, la coartada ingenua que permite a Zapatero lanzar a renglón seguido la insidia: sólo mediante un «esfuerzo colectivo» podremos «comprender las condiciones que facilitan la expansión del fanatismo». Aunque no se atreve a mencionarlo explícitamente, Zapatero culpa a Occidente de dicha expansión; y, puesto que no enumera las condiciones que debemos esforzarnos en comprender, hemos de entender que conforman una amalgama también oceánica, un auténtico mar de injusticia universal que lo mismo comprende la guerra de Irak que los intentos por extender los principios y valores que encarnan nuestra moribunda civilización. Como buen relativista, Zapatero considera que Occidente debe sentirse culpable de exportar sus ideas e instituciones (probadamente beneficiosas para el desarrollo moral, político y económico de los pueblos), pues con ello sólo ha logrado enardecer el fantasma del fanatismo. Como buen relativista, Zapatero concibe el terrorismo como una guerra reactiva, no agresiva; y, por lo tanto, entiende que bastará con que los europeos seamos «comprensivos» con esos otros modos de vida tan respetables como el nuestro, cejando en nuestras ínfulas coloniales, para conjurar la amenaza del fanatismo, que no es sino la consecuencia lógica —morbosa quizá, pero a fin de cuentas lógica— de la injerencia occidental. Como buen relativista, Zapatero considera que todas las culturas poseen el mismo valor ético: la democracia, las declaraciones de derechos, el liberalismo, la separación entre Iglesia y Estado, criaturas típicas, originarias y propias de Occidente, quizá se hayan mostrado provechosas para el desarrollo de los pueblos que las han acogido, pero esta constatación no satisface a un relativista como Zapatero, que siempre considerará que las aportaciones de Occidente al mar de la injusticia universal han sido más numerosas.
Produce un poco de bochorno que un señor con responsabilidades de Gobierno albergue tamaña empanada mental
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ZP, mucho miedo y poca vergüenza
Federico Jiménez Losantos - LD - 11-07-2005
Es difícil encontrar una mezcla tan acertada de estulticia y obcecación como la del Presidente del Gobierno en su artículo del “Financial Times”. Aparentemente, se trata de un gesto de apoyo incondicional a los británicos, gobierno incluido, tras la masacre del 7J. En la práctica, es una exhibición de reticencias, desautorizaciones, condenas y admoniciones contra Blair; y una defensa bastante explícita de su política de traición a los países aliados de los Estados Unidos, con Gran Bretaña a la cabeza. Todo lo que predica Zapatero es exactamente lo contrario de lo que Blair ha proclamado públicamente que seguirá defendiendo dentro y fuera de Gran Bretaña, incluidos los distintos frentes internacionales de la guerra contra el terrorismo, con Irak en primer lugar. Entonces, si Zapatero no se baja del burro ni Blair apea su bandera ¿a qué viene semejante pestiño?
Aunque es difícil interpretar los vaivenes casi epilépticos del pensamiento zapateril, cabe pensar que después de su olímpico fracaso en Singapur, achacado en España a su radical enemistad con los USA, y tras la consagración de Blair como líder europeo frente a sus admirados Chirac y Schroeder, el devoto servidor del Eje franco-alemán empieza a temer que su estrella palidezca o que su carrera política acabe estrellándose. Todo lo que ha hecho el Gobierno socialista es destruir la política del PP. Y todo lo que sucede en el mundo parece reivindicarla. En los perdidos Juegos Olímpicos, porque se ha demostrado que es mejor ser un aliado fiel que un enemigo incondicional de los USA. En la lucha antiterrorista, porque el político y el país que en Europa mejor representan el vínculo atlántico frente a la defección francesa y alemana, han salido reforzados de la prueba del terrorismo islámico. Sólo en España y gracias a la acción concertada de Zapatero y Polanco culpando de la masacre al Trío de las Azores y cediendo al chantaje terrorista en Irak, consiguieron los islamistas una derrota total de Occidente.
La insistencia de ZP en mantener la legalidad en la lucha contra el terrorismo sugiere nítidamente que todo lo que no sea actuar bajo el paraguas de la ONU es ilegal. Que, como todos sabemos, fue la excusa de Francia, Alemania y Rusia para apuñalar a USA y Gran Bretaña en la Guerra de Irak, una traición a la que sirvió el corrupto Kofi Annan, cuya complicidad con Sadam era no sólo moral sino paternalmente material. A ese argumentario se sumó el PSOE en la oposición y a esa siniestra causa sirvió apenas llegado al poder, cuando ordenó la inmediata retirada de nuestras tropas de Irak como querían los terroristas. No contento con ese uso artero y abusivo de la supuesta legalidad de la ONU, Zapatero cometió la infamia de invitar desde Túnez a la deserción en Irak de todos los países aliados de los USA (empezando, obviamente, por las tropas británicas), pese a que pocos días antes su Gobierno había votado una resolución de la propia ONU para que se mantuvieran allí el tiempo que hiciera falta. Naturalmente, ese gesto es más grave que el de no levantarse al paso de la bandera norteamericana en un desfile oficial, pero ha cosechado en Londres y Washington el mismo desprecio que su actuación en la guerra de Irak o que su indecorosa alianza con los terroristas Chávez y Castro.
Zapatero y sus escribas de la Moncloa no han reparado en lo ridícula que resulta esta reivindicación de la legalidad en la lucha antiterrorista viniendo de alguien que jamás denunció la utilización del GAL contra la ETA, que gobierna en Barcelona y en Madrid con un partido aliado con la ETA y que él mismo está en conversaciones con la ETA. Y que ha utilizado el terrorismo islámico contra el Gobierno del PP para llegar al Poder. Y que se niega a investigar la masacre del 11M porque le permitió llegar al Poder. Y que sigue utilizando la guerra de Irak, donde se siguen batiendo los soldados de Blair, como argumento fundamental para la criminalización del PP. Zapatero, en fin, ha quedado en evidencia en Singapur y en Londres. Y ha escrito este pliego de descargo en Madrid en defensa de su grotesca Alianza de Civilizaciones que demuestra que sigue siendo un aliado de los enemigos de Occidente, pero que tiene tanto miedo como poca vergüenza.
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